Palabras de Enrique Villareal en la fiesta de inauguración del Parque de la memoria

Si hubiese que buscar un nombre propio para la República, este sería de mujer:

Tomasa Cuevas (prisionera en cárceles franquistas que una vez fuera de prisión recorrió el país recopilando las expe- riencias de otras mujeres que como ella sufrieron esa represión franquista)

Matilde Landa (de la Institución Libre de Enseñanza, condenada a muerte y creadora de una oficina en la cárcel de Ventas para ayudar a otras presas que tenían su misma sentencia. Fue trasladada a la prisión de Palma de Mallorca donde terminó suicidándose para romper la presión a que fue sometida tanto por el clero como por Acción Católica para su bautismo público)

Maravillas Lamberto (14 años, de Larraga. Acompañó a su padre en la detención y como él, terminó fusilada después de haber sido torturada y ultrajada por varios falangistas), las trece rosas, las catorce, las mil rosas… rojas.

Llevaría también el nombre de las miles de mujeres que tuvieron que buscar en el exilio la solución a su persecución. Exilio que en muchos casos (por no decir en todos) se llevaba a cabo arrastrando consigo a sus familiares (hijos, hijas, madres, padres). En demasia- das ocasiones el amargo peregrinar terminó en los campos de concentración franceses.

Llevaría el nombre de las miles de mujeres obligadas a mendigar, desterradas de su pueblo y también con la familia a cuestas después de haber sufrido el asesinato o la huida de sus maridos a zonas más seguras. Después de haberles robado sus propiedades y su dignidad los “nuevos dueños de la vida y de la muerte”.

¿Porqué pasar página si todavía no nos la han dejado leer?. No fueron ajusticiados. Fueron asesinados por luchar, ellos y ellas sí, por la justicia.

Sartaguda es un ejemplo claro de lo que sucedió en muchos pueblos de la geografía española. Pueblos agrícolas donde la mayoría de las tierras pertenecían a condes, duques o títulos similares y la gran masa de jornaleros vivían en situación de miseria. Los dueños de estas tierras pocas veces aparecían por estos pueblos y dejaban sus negocios en manos de secretarios que se convertían así en los auténticos caciques, con poder absoluto sobre los habitantes de esa tierra (como en la Edad Media).

Ya hemos visto las páginas de color azul como la camisa falangista. De color negro como la sotana de Isidro Gomá (cardenal propulsor de la denominación de cruzada al golpe de estado de los generales, sospechosamente afincado los primeros días del golpe en el convento de las josefinas en Pamplona y visitador asiduo de Mola). Sus palabras “cruzada por la religión, por la patria y la civilización” echaron tierra encima a mucha gente. Color negro como la sotana de Francisco Anzín con pistola y correaje ajusticiando al agostero Meneses. También del color negro de la sotana del párroco Manuel Arcaya dando “ánimo y fe y arengando al pueblo a defender a España y a Cristo hasta triunfar o morir”.

Hemos leído también las páginas de color verde como el uniforme de la guardia civil, defensora de los intereses de los caciques.

Las páginas de color gris como el uniforme de Emilio Mola (el director) “hay que sembrar el terror… hay que dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros”. El mismo uniforme que el general Sanjurjo, nacido en Pamplona. Idéntico uniforme que el general Yagüe “por supuesto que los he matado ¿qué esperaba? ¿iba yo a cargar 4000 rojos conmigo mientras mi columna tenía que avanzar a marchas forzadas? ¿iba yo a dejarlos libres en mi retaguardia para que Badajoz volviera a ser rojo?”. Páginas de color gris como el traje del administrador del Duque del Infantado, Ramiro Torrijos, el auténtico cacique local.

Páginas de color rojo como la boina requeté del historiador oficial navarro Jaime del Burgo.

Pero también roja era la sangre de los asesinados. ¿Y de qué color era el miedo en la cara de las “pelonas”?. Esas mujeres paseadas con la cabeza rapada y obligadas a tomar aceite de ricino. Humilladas doblemente (como personas y además como mujeres).

Ya es hora de parar el tiempo al silencio: Celestina Amatria, Carmen Bea, Avelina Cordón, Primitiva Fernández, Carmen Garatea, Rafaela García, Valentina González, Emilia Mangado, Trinidad Mangado, Natividad Mangado, Daniela Martínez, Candelas Martínez, Luisa Martínez, Vicenta Martínez, Lucía Martínez, Francisca Martínez, Resurrección Martínez, Teófila Martínez, Áurea Martínez, Felisa Martínez, Antonia Narcue, Martina Ortega, Felicidad Oteiza, Sofía Ramírez, Anuncia Ruíz, Serafina Sádaba, Alejandrina Urbiola, Paca Urbiola, Pilar Urizola…

Pondremos nuestros oídos y seremos su voz y su aliento. Seremos su rabia y sus lágrimas.

¡SALUD Y REPÚBLICA!