URTUBIA, Amadeo

«Amadeo Urtubia era un campesino navaro. Al parecer, era carlista. Fue detenido y encarcelado por disparar en la Iglesia de Cascante contra un grupo de liberales. En la cárcel sufrió una transformación ideológica por influencia de unos compañeros presos. Al salir de la cárcel se afilió a la UGT, de la que fue su secretario y también, ingresó en la Agrupación Socialista de Cascante. Fue elegido concejal. Al producirse el golpe de 1936 fue condenado a trabajos forzados».*

Padre del incansable anarquista y luchador antifascista Lucio Urtubia.

Así describe Lucio Urtubia a su padre:

Mi padre

Mi padre Amadeo Urtubia, campesino y obrero de toda la vida, fue carlista hasta que salió de la cárcel. Trabajador y con un temperamento muy apasionado, se libró de hacer el servicio militar por tener los pies planos. Como la gente pobre de entonces, fue a la escuela y aprendió a leer y a escribir. Su vida cambió siendo mozo mayor de edad.

Un Primero de Mayo, los liberales de Cascante hicieron una manifestación. Ese día, como sabemos, era el escogido para recordar a los mártires de 1886 en Chicago, o sea los anarquistas de entonces. La AIT proclamó el Primero de Mayo un día de lucha ; nada que ver con la jornada festiva de hoy. También extendió en todo el mundo la reivindicación de no trabajar más de ocho horas, y dedicar otras ocho a la educación, y las restantes al descanso. Todos sabemos lo que son hoy los Estados Unidos, pero en esos años era un país que crecía a costa del sudor de los inmigrantes pobres que llegaban muertos de hambre desde todas las partes del mundo, de Europa en particular, para buscar allí una nueva vida con más oportunidades.

En ese día señaladísimo para los trabajadores, mi padre, que no aceptaba nada venido de fuera de nuestra región, Navarra, y del carlismo, se manifestó en contra de los liberales con un arma en la mano ; entró en la iglesia, empezó a tirar contra los liberales que se habían refugiado allí, y hubo varios heridos. Mi padre fue detenido, juzgado y encarcelado, y pasó bastante tiempo en las cárceles navarras. Al salir, ya había dejado de ser carlista. Las cárceles de entonces estaban repletas de presos anarquistas y socialistas, es decir, de las dos organizaciones que han hecho nuestra historia. Y muy particularmente los anarquistas, pues sabido de todos es el comportamiento que han tenido en ocasiones los dirigentes socialistas. Mi padre entró carlista en la cárcel, y salió de ella socialista. La mejor escuela revolucionaria de entonces era la cárcel. Todos los revolucionarios pasaban por ella. Al volver mi padre a Cascante, lo eligieron secretario local de la Unión General de Trabajadores. Así ocurría en aquella época: había que haber probado la cárcel para ser alguien. Años más tarde, mi padre fue elegido segundo alcalde, presentado por el Partido Socialista. El primer alcalde era el señor Romano, un buen hombre, pero no un revolucionario. Este hombre decentísimo, republicano, años después fue fusilado por los fascistas, con la complicidad de la Iglesia.

Mi padre, como segundo alcalde, se empeñó en conseguir llevar el agua potable corriente a todas las casas del pueblo ; esto me lo confirmaron más tarde gentes de derechas que tuvieron cargos en el ayuntamiento. No pudo realizar enteramente su sueño; años después el agua que llegaba al pueblo era aún insuficiente para el consumo, y había que ir por ella a Tudela o a Tarazona, con un carro y un burro o macho.

También mi padre fue el responsable del reparto de las parcelas. Éstas pertenecían, según mi poco saber, a los montes comunales ; las parcelas fueron repartidas, con igualdad de robadas de tierra, entre los campesinos pobres, para que individual o conjuntamente las cultivaran. Aquello fue un gran paso para beneficio de los pobres. Mi padre no quiso elegir parcela hasta que todo estuviera ya repartido, de modo que se quedó con la peor : la tierra era malísima, y nunca se pudo cultivar o producir nada. Un invierno de mucho frío, el Ayuntamiento organizó un rancho a base de patatas para los más necesitados. Mi padre era quien distribuía las raciones. Mi hermana Satur se acercó a ver qué pasaba, y mi padre se puso nervioso al verla y le dio una pequeña bofetada para que se marchase, porque pensó : « Yo soy el responsable de la distribución. Si la gente ve a mi hija aquí cerca, van a pensar que ha venido a buscar comida para casa y que me estoy aprovechando». Mi padre tenía ese orgullo, y como él, he conocido a montones. Pero lo cierto es que en los momentos en que mi padre distribuía el rancho para los otros, mi madre no tenía nada para darnos a nosotros. En otra ocasión, mi padre se enfrentó en la calle a sus amigos de izquierdas, que estaban muy excitados en contra de un cura llamado Don Victoriano, un mal hombre. Mi padre lo defendió, diciendo que no iba a tolerar ningún crimen y que estaba dispuesto a morir antes que consentir ciertas violencias. Ese mismo sacerdote, años más tarde, se levantaba temprano para borrar el nombre de mi padre de las listas previstas para el fusilamiento.

También quiso mi padre proteger de incendios o fechorías un retablo dedicado a San Bernardo de Claraval, muy venerado y valioso, del siglo diecisiete, que había en la iglesia de Tulebras, pueblo pequeño próximo a Cascante. Mi padre requisó la imagen y la tuvo unos días encerrada bajo llave en el único lugar seguro que se le ocurrió, la cárcel. Pocos días después, cuando el peligro hubo pasado, devolvió el retablo a su lugar, pero el gesto fue mal entendido por la gente religiosa y de derechas. Se corrió la voz de que Urtubia había encarcelado a San Bernardo, y durante muchos años no sólo mi padre, sino toda nuestra familia, estuvimos mal vistos en Tulebras. Otra intervención sonada de mi padre ocurrió en un altercado entre la Guardia Civil y un grupo de gente de izquierdas. Mi padre no tuvo miedo, desafió a los guardias civiles y les dijo : « Si tienen cojones, hagan conmigo lo que han hecho en Arnedo y en Casas Viejas ». Parece que eso hizo reflexionar a los guardias civiles, y los ánimos se apaciguaron.

Durante la guerra impusieron trabajos forzados a mi abuelo, a mi padre y a mi hermano Alfonso que era aún un chaval, y en casa no teníamos nada de nada, pero aquel era un castigo preferible a la cárcel, o a ir al frente.

Mi padre tuvo que ir al frente, a segar en medio de los republicanos de un lado, y los falangistas del otro. Eso significaba segar entre las balas. En el pueblo, durante mucho tiempo lo obligaron a trabajar gratuitamente para gentes de derechas que tenían a hijos o familiares en el frente. Esa situación duró varios años. Así era mi padre, y esa era nuestra situación, de la que pudimos salir todos gracias al amor y a la moral que supieron darnos los abuelos.

Más Información:

L. URTUBIA, La Revolución por el tejado: Autobiografía. – Tafalla (Navarra): Txalaparta, 2008.

http://www.memorialibertaria.org/spip.php?article1088

http://diccionariobiografico.psoe.es/pdfTemps/Biografia_4827.pdf

*Texto y referencias recogidos de un artículo de «La memoria histórica como proyecto social y cultural»: VER