Profesor de Zalduondo, localidad alavesa (Euskadi).
9 de agosto de 1936: 12 horas entre la vida y una muerte injusta
Relato de las detenciones y asesinato de tres maestros alaveses, vivido en primera persona por el»americano». Resumen de las emorias que Pedro Salinas Arregui, la persona que consiguió escapar, escribió en 1955 (1887 Galarreta/1962 Alsasua, diputado foral de Álava).
«OCURRIÓ en menos de 12 horas del segundo domingo de agosto de aquel verano caliente del 36, hace 75 años, en la Llanada alavesa y Urbasa.
Al párroco de Zalduendo y Galarreta (Álava), exiliado en Cegama (Gipuzkoa) por aquello de que los bandos estaban sin definir, le correspondía celebrar la misa dominical en ambos pueblos, y como no las tenía todas consigo respecto a la forma en que sería recibido, solicitó ayuda. A la mañana apareció acompañado de 26 requetés armados; mientras uno celebraba misa, sus acompañantes encerraban en el Ayuntamiento de Zalduendo a 18 personas, entre otras al maestro Miguel Gil; faltaban todas las que, intuyendo lo que se avecinaba, habían huido al monte.
El pánico se extiende a Galarreta (2 km de Zalduendo), y por lo que pueda pasar, yo también decido exiliarme en mi huerta. Pronto varios requetés armados llegan a casa preguntando por mí. Mi esposa, de común acuerdo, dice no saber dónde estoy, pero el infortunio hace que rápidamente los tenga delante encañonándome con sus fusiles y encerrado en la escuela, en donde ya estaban asustados y muy preocupados mi amigo y maestro Bernardino Domingo y otras 3 personas más.
Por si fuéramos pocos, por la misma puerta apareció el maestro de Gordoa y también amigo Mauricio Rodríguez. Sin saber los motivos y sin atrevernos a preguntarlos, los dos maestros y yo nos vemos en un camión rumbo a Zalduendo, en cuyo Ayuntamiento pasamos a ser 22 los que estamos en una situación no muy envidiable. Aquí, sin tan siquiera preguntarnos el nombre o tomarnos declaración alguna, recibimos algunas inesperadas e inquietantes visitas de los alcaldes de la zona, que incrementan nuestras preocupaciones y malestar, rematadas por la del párroco, que aparentemente asustado e impresionado, nos dejó peor de lo que ya estábamos al decirnos que nos iban a matar a todos, pero que han intervenido los médicos, alcaldes y él mismo, y que parece que sólo matarán a algunos. Que a él no le culpe nunca, que se ha puesto de rodillas pidiendo por nosotros y que él es el primero que lo lamenta.
La tarde transcurre muy lentamente hasta que nos comunican que a los maestros de Gordoa, Galarrreta y Zalduendo y a mí nos van a llevar a Vitoria; pareciera ser que alguien había puesto en marcha una macabra selección; más tensión, angustia, zozobra, miedo… Zalduendo, Narvaja, Aspuru, Larrea, el Patio, y a las 8 de la tarde estamos esposados en el Centro Navarro de Vitoria, que hacía pocos días habían abierto los falangistas y requetés navarros para castigar con más dureza, pues se quejaban de que los alaveses no lo hacían bien. El hombre de la guadaña parecía aproximarse sin tiempo de asimilar nada.
2 horas pasamos en esta difícil y complicada tesitura hasta que, a las 10 de la noche, vuelta a los mismos coches negros en que nos habían traído. Por fin salimos en dirección a Navarra. Ingenuidad la nuestra que por un momento creímos que nos llevaban de regreso a casa, cuando, sin saberlo, nuestra sentencia ya estaba echada. Pregunté al chófer sobre nuestro destino, y me contestó que primero a Olazagutía y que después no sabía. El ambiente se hacía cada vez más irrespirable y el túnel más negro, por lo que decido que, al pasar por Salvatierra, saltaré del coche en marcha y huiré a la zona republicana que por aquellos días estaba cerca. Imposible.
Olazagutía, cambio de escolta a excepción del jefe, el chófer entrante pregunta al saliente: ¿A dónde llevamos a éstos? Dice el nombre de algún monte, los nervios se alteran, salimos y enseguida dejamos la carretera a Pamplona para iniciar la ascensión a Urbasa, ya no hay ninguna duda, nos van a matar… Pienso otra vez en arrojarme del coche, imposible.
Llegamos a Urbasa, forcejeo y golpes ya que no queremos salir de los coches negros, uno me apunta con su fusil y otro le aconseja: «no le tires hasta que salga que va a llenar el coche de sangre, acuérdate de lo que paso ayer». A unos metros están los maestros de pie, primero Mauricio, segundo Miguel, tercero Bernardino y yo, detrás 10 hombres con viejos fusiles a 2 metros.
En el último instante intento sobornarles ofreciéndoles los bienes que tenía. Respuesta: «Buena falta les hará a su mujer e hijas» y en voz alta da la orden de fuego.
En ese preciso momento empujo al jefe de los requetés, que cae y salgo corriendo en la oscuridad. Me disparan, Mauricio grita: «corran ustedes que yo no puedo, que me maten aquí». Tropiezo, caigo al suelo, la oscuridad y algunas rocas me protegen, pero las balas silban, me dan por muerto. Desde mi escondite veo desplomarse a Bernardino dando un fuerte berrido de muerte, enseguida otro y otro de Miguel y Mauricio. Salgo corriendo y aún puedo escuchar los tiros de gracia, intentan hacer lo mismo conmigo pero no me encuentran.
Es noche de luna llena y tres cuerpos quedan tendidos, sin vida, en Urbasa. Mientras, yo, perdido, asustado, tembloroso, herido, roto… solo en la inmensidad de la sierra de Urbasa y sabiendo que los lobos volverán a por mí, como así fue, y sin saber qué hacer. Son las once menos veinte de la noche…»
Todo lo anterior es solo una parte resumida de las memorias que Pedro Salinas Arregui, la persona que consiguió escapar, escribió en 1955 (1887 Galarreta/1962 Alsasua, diputado foral de Álava).
Esa noche 3 maestros perdieron sus vidas, y la justicia que les pudiera corresponder quedó enterrada en la sima de Otxaportillo para siempre, simplemente por ser maestros republicanos. Ellos no volverán, justicia difícilmente se les hará, pero que por lo menos quede su ejemplo, entre otras cosas para que no vuelva a suceder.»
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