DE OROZ-BETELU A MÉXICO: EL EXILIO DE UN SOLIDARIO
Miguel José Garmendia Aldaz fue, sin duda, el solidario navarro que mayor proyección y actividad pública desarrolló en la posguerra, primero como comandante de las milicias vascas del Euzko Gudarostea en Loiola (Azpeitia), y luego con una amplia trayectoria política en el exilio. Nacido en 1909 en Oroz-Betelu, Miguel José estudió el bachillerato en Lekaroz, donde fue alumno del capuchino Hilario Olazarán, quien le inculcó su amor por la música (llegó a tocar el acordeón, el txistu, la flauta y el violonchelo, nada menos). Ya proclamada la II República, se afilió a ELA e inició también una intensa carrera como político del PNV, dirigiendo mitines a favor del Estatuto Vasco-Navarro como el de Agoitz de 1932, cuando solo contaba con 23 años. Siendo una figura política y sindical tan conocida, se vio en serios aprietos cuando el golpe fascista del 18 de julio de 1936 le sorprendió en Iruñea. Se desplazó rápidamente a Oroz-Betelu, y cruzó la muga por Orbaitzeta e Irati, hasta llegar a Esterenzubi. Pero Miguel José Garmendia no huía del conflicto, sino que acto seguido viajó por Iparralde hasta poder alcanzar el campo republicano en Azpeitia, donde fue nombrado comandante de las milicias vascas de Loiola. Su próximo cargo en el Gobierno Vasco fue la secretaría de Gobernación, donde contribuyó a descubrir la traición a la República de varios militares y diplomáticos que luego fueron ejecutados (el famoso caso Wakonigg). Tras derrumbarse el frente vasco, se incorporó al Gobierno de la República, ya presidido por Negrín, como inspector de prisiones. Tan solo en siete meses logró que los 25.000 presos, distribuidos en 120 cárceles, tuvieran jergón y ropa adecuada. Seguramente su gran eficacia le reportó un encargo endemoniado: rescatar a Andreu Nin, dirigente del POUM secuestrado, y luego asesinado, por los servicios secretos de la URSS, al mando directo de Stalin. Garmendia acabó dimitiendo de su cargo en abril de 1938, pero siguió luchando en favor de la República. En febrero de 1939, y como jefe militar de la frontera de Figueres- Le Perthus, debe organizar parte de la evacuación de Cataluña tras la irrupción de las tropas franquistas en Barcelona. No acabaron ahí las aventuras de Garmendia, que se encargó de organizar el masivo exilio de vascos desde suelo francés hacia las repúblicas iberoamericanas, y también localizó al lehendakari Agirre, poniéndolo a salvo. Su última labor en el exilio francés fue, de nuevo, organizar otra evacuación, en este caso la de París ante la entrada de las tropas de Hitler. Y luego le tocó a él emprender la huida hacia Latinoamérica, uno de los episodios más rocambolescos de su vida. Junto a Andrés Irujo, se embarcó en Marsella y tras hacer escala en Orán y Casablanca, llegan a Lisboa, donde son detenidos. Pueden reanudar el viaje, pero en dirección a Río de Janeiro, punto de partida de su travesía de la jungla del Mato Grosso hasta que al fin alcanzan Buenos Aires. De todas formas, a los diez meses Garmendia se traslada a México, donde se instala definitivamente en 1941, pese a un intento de regresar a Europa para combatir con el ejército de liberación de Francia. Finalmente, nunca regresará a su tierra y morirá en México en 1986. Todo esto y mucho más lo cuenta Txema Arenzana en la biografía pubicada en 2012 bajo el título ‘De la guerra al exilio: Miguel José Garmendia Aldaz’, editada por Pamiela. Gracias a estudiosos como Arenzana, ya van siendo más los históricos militantes solidarios que salen de las tinieblas del olvido.
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Reseña tomada de «Vascos-México»: VER
Información sobre el Caso Wakoning en GARA: VER